I Love SF

Cientos de miles de personas podrían afirmar sentir verdadero amor por un lugar. Muchas personas en el mundo llegan a sentir absoluta devoción por una ciudad que les ha marcado o que les ha hecho sentir cosas verdaderamente especiales. Sea el motivo que sea, ¡ADORAN ESE SITIO!

Hasta hace un poco más de dos años yo no había experimentado esa sensación. Si que había visitado lugares que me habían maravillado. La majestuosidad de Nueva York me sigue abrumando cada vez que la visito; el encanto de París me resulta atrayente todos los meses del año; y el apego que siento por Valencia es infinito.

Pero, como he dicho, jamás me había enamorado de una ciudad hasta hace casi dos años. Eso sí, nuestra relación no puedo empezar peor:

Fui allí con mi hermana a pasar un mes “aprendiendo” inglés. Yo, en el momento de decidir a donde marcharnos, había preferido Los Ángeles, pero finalmente ella hizo uso de la persuasión de hermana mayor y me convenció para ir allí.  Tras miles de miles de millones de horas de avión (suelo ser muy exagerado con las cifras (preguntad a mi amiga Paula Cort (no es la de los ojos marrones del otro día, aunque también los tiene marrones))¡Cuánto paréntesis, La Virgen!) Llegamos al aeropuertoLa salida del mismo no pudo ser peor. Un viento helado me dejó convertido en estatua de hielo (matizaré que era JULIO) y pude observar como la niebla cubría toda la ciudad. Conforme íbamos entrando en ella mi animo decaía y mi hermana evitaba mirarme. Sabía que yo no estaba nada contento…

Pero hasta ahí llegó mi desanimo y desagrado por ese lugar.

¡San Francisco está y estará siempre en mi corazón!

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Son tantas las razones por las que me requetepirra la ciudad que explicarlas todas va a resultar costoso, pero soy valiente, así que… ¡allá voy!

Lo primero y más significativo de San Francisco es esa sensación de sentirse absolutamente bien recibido y acogido por los ciudadanos (obviamente existirá alguno al que no le guste tanto acoger gente pero no tuve la suerte de conocerles). Todo allí respira libertad y buenos sentimientos e incluso los indigentes se muestran absolutamente encantadores contigo (¡uno me llegó a pedir matrimonio! Tristemente decline su petición). Los que hayáis estado sabréis que en San Francisco hay un número enorme de homeless people, pero creedme ese detalle no hace más que ayudar a dotar a ciudad de un encanto aun mayor.

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Y, a mi humilde modo de ver, esa sensación de libertad viene dada por dos movimientos que siguen estando muy presentes en cada rincón de la ciudad, pero sobre todo en los dos zonas que guardan y protegen la esencia de los mismos: Haigt-Ashbury y Castro.

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Ese aire tan auténticamente hippie que caracterizó San Francisco años atrás sigue absolutamente presente en Haight-Asbury. Las tiendas vintage invaden las calles y un cierto aire de despreocupación inunda el lugar. Por su parte Castro es la prueba viviente de aquel movimiento gay que convirtió a San Francisco en una de las ciudades más abiertas del mundo. Las banderas arco iris decoran todos sus rincones mostrándose al mundo como una clara declaración de intenciones.

Pero esa sensación no es lo único. Sus calles y habitantes poseen ese cierto toque excéntrico y enigmático que te hace pensar y que te atrapa de la cabeza a los pies. No importa lo empinadas que estuviesen las calles ni el frío que hiciese, a mí me atrapó por completo. Caminar por Marina comiéndome una cupcake (¡aquí empezó mi obsesión por esas preciosas madalenitas! Hablaré de ello en entradas posteriores) observando con  absoluta tranquilidad lo que pasa alrededor con una sonrisa tonta en la boca. Y finalmente llegar hasta el Exploratorium y sentarme en uno de sus bancos a relajarme mientras acabó de degustar esa rica cupcake (cortesía de Kara’s Cupcakes) es algo que, a veces, siento necesidad de hacer.

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Y coger mi Ipod (verde) y pasear por las cuadriculadas calles que llevan desde Union Square hasta mi muy adorada Fillmore Street, y allí disfrutar de tiendas como Marc by Marc Jacobs y mi muy añorada Paper Source hasta haber satisfecho mis ansias de San Francisco. Deambular después por las divertidas calles de Chinatown sintiendo que has abandonado los Estados Unidos, hasta volver a Market Street y dejarte embriagar por una auténtica calle comercial americana con su centro comercial, sus restaurantes de hamburguesas y su Abercrombie and Fitch (si, es mi tienda de ropa favorita del mundo mundial… ¡jajajaja!) Y para culminar cenar una ABSOLUTAMENTE PERFECTA hamburguesa en Pearl’s (en Post Street) rematando con una suculenta tarta de queso de la Cheesecake Factory, en la terraza del Macy’s de Union Square.

Y para finalizar tumbarme en la verde hierba del Golden Gate Park y olvidarme de todo. Sintiendo unicamente la ciudad y todas esas cosas que ofrece. ¡Suena a felicidad absoluta!

Voy a parar ya, que me esta invadiendo un regustillo de nostalgia que me está poniendo tonto.

La conclusión es que pagaría lo que fuera por tomarme una tarta de queso de la Cheesecake Factory y una hamburguesa en Pearl’s; revisar cada esquina de Paper Source y sus maravillosos artículos; recorrer Fillmore y Marina… En definitiva: poder volver a la ciudad que más a gusto me ha hecho sentir: SAN FRANCISCO

Hasta que eso suceda me conformaré con escuchar la magnífica canción Save me San Francisco de Train, que me hace sentir como si estuviera de vuelta en la ciudad (escuchadla, ¡es muy buena! ¡y expresa bastante bien lo que siento!)

Me despido hasta el sábado poniendo antes varias posdatas:

P.S.1. Obviamente hay muchos lugares más que visitar en San Francisco: Las Painted Ladies, el Golde Gate, Alcatraz, el Pier 39, Lombard Street, Coit Tower….

P.S.2. ¡Ya tengo móvil! Se que sufríais conmigo.

P.S.3. Hoy he estado más sentimental de lo normal, volveré a mi yo divertido en próximas entradas.

Ahora si… ¡Sed Felices!

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